jueves, 15 de mayo de 2014

Arrullo en la madrugada

Abrí los ojos de golpe y la luz de la lámpara me hizo lagrimear. Aún estaba oscuro, pero mamá ya llevaba puesto el uniforme, faltaría poco para amanecer.
-¿Qué pasa? -Pregunté removiéndome entre las sábanas mientras ella se afanaba en revolver las gavetas de mi cómoda, los estantes y hasta la zapatera. Los recuerdos de un despertar semejante hacía años se me agolparon en el cerebro y me entró el pánico. Me incorporé rápidamente y seguí los pasos de mi madre de aquí para allá en mi habitación.
-¿Dónde está? -Espetó con voz ronca y desesperada mientras seguía revolviendo cada escondrijo, cada cajón, cada armario -Lucie, dile a mamá dónde está, cariño -Cerró de golpe las puertas de madera mohosa y se lanzó hacia mí -Dímelo, Lucie… ¡Dímelo!
-¿Qué…?
-Oh, vamos, no voy a jugar a ese juego, señorita -Desencajó las rodillas del suelo y se acomodó a mi lado, encorvada y ojerosa.
-Mamá, yo…
-No quiero que hables… -Susurró girándose hacia mí y tomándome por los hombros con la mirada turbia -No quiero que digas nada… -Su tono vibró y sus manos temblaron al apretarme más -Sólo quiero que me señales dónde está… -Me apartó un mechón rebelde de la frente y lo escondió tras la oreja -Sólo quiero que te levantes, que saques ese maldito producto del diablo de donde sea que lo escondes y me lo des -Gritó clavándome las uñas en los hombros y agitándome hasta soltarme con fuerza sobre las almohadas.
La miré acongojada, pero no supe qué decirle y ella derrotada se levantó y caminó hasta la puerta sorteando el reguero que ella misma había creado.
-Lucie, sabes que los libros están prohibidos en esta casa… -Lucie, sabes que los libros están prohibidos en esta casa… Repitió una voz perversa en mi cabeza. -No me lo pongas más difícil. -No me lo pongas… Pongámoselo más difícil, su voz oscura sonó divertida al cambiar la frase y romper mi conexión con la realidad a la vez que mi madre cerraba la puerta tras de sí. Es hora de jugar, Chérie.
-Yo no quiero jugar más, monsieur, por favor… -Susurré mirando al techo, las lágrimas resbalaron silenciosas por mi sien.
Shhh… Mi querida Lucie ¿recuerdas los versos que escribimos ayer?
-«A la criada de la que con toda el alma estabais celosa
Y que duerme su sueño bajo un humilde césped, … » 
Mi propia voz estrangulada me produjo un escalofrío y enmudecí al escucharle seguir con hipnótica entonación: 
«…Debiéramos, sin embargo, llevarle algunas flores.
Los muertos, los pobres muertos, tienen grandes dolores,
Y cuando Octubre sopla, talador de viejos árboles,
Su viento melancólico alrededor de sus mármoles,
En verdad, deben encontrar los vivos harto ingratos,
Durmiendo, como lo hacen, cálidamente entre sus sábanas,
Mientras que, devorados por negras ensoñaciones,
Sin compañero de lecho, sin gratas conversaciones,
Viejos esqueletos helados consumidos por el gusano,
Sienten escurrirse las nieves del invierno
Y el siglo transcurrir, sin que amigos ni familia
Reemplacen los jirones que penden de su verja.
Cuando el leño silba y canta, si en la tarde,
Tranquila, en el sillón yo la veía sentarse,
Si, en una noche azul y fría de diciembre,
Yo la encontraba acurrucada en un rincón de mi cuarto,
Grave, y viniendo del fondo de su lecho eterno
Incubar el niño crecido bajo su mirada maternal,
¿Qué podría responder yo a esta alma piadosa,
Viendo caer las lágrimas de su pupila hueca?»

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