domingo, 2 de marzo de 2014

Lucie, la hija de la cocinera

Cerré sus ojos con una ramita rota y con la misma dibujé unas alas en la tierra a ambos lados de su cuerpo, rojas como la sangre que le brotaba de la cabeza. Ya era de noche y mamá pronto me llamaría a cenar, así que guardé con delicadeza la ramita en el bolsillo de mi chaqueta y eché a andar a toda prisa.
-¡Lucie Vien! ¿Dónde estabas? Te he estado llamando ¿Acaso no me escuchabas? -Oí la voz de mi madre por encima del sonido del agua y el silbido del vapor en la cocina. -¿Has estado jugando fuera?
-Sí, mamá -Respondí nerviosa mientras dejaba la chaqueta al lado de la puerta y me acercaba a la pequeña cocina-comedor. Esquivé su mirada cuando se volvió, pero no lo suficientemente rápido para no verla palidecer.
-¿Qué has hecho?
-Nada… -Me estremecí al removerse el aire caliente con su paso furioso. Ella llegó hasta mí y me zarandeó por los hombros aún con la cuchara de madera en la mano.
-¿Cómo que nada? Dios… Lucie… ¡Tu vestido! -Miré hacia abajo y vi unas gotas color fresa salpicando las flores lilas de mi vestido nuevo.
-No… -Dije con miedo, pero ella subió las manos un poco más y la cuchara golpeó el suelo segundos antes de sentir el tirón. Mi madre me había cogido de los cabellos y me llevaba casi a rastras hasta el diminuto baño y cerraba la puerta de golpe.
-¿Qué has hecho está vez, niña? -Dijo desvistiéndome con rapidez y lanzando con agresividad mi ropa al lavamanos que ya se estaba llenando de agua.
-Yo no…
-¿Cómo que no? ¿Entonces quién, niña estúpida?
-Ha… Ha sido él… -Gimoteé asustada alejándome de ella que sacaba de debajo del mueble un bote de lejía y lo vertía casi todo sobre el vestido.
-¿Él…? -Pareció desconcertada por un momento -¡Métete en la ducha! -Gritó dejando el bote en su sitio y empujándome hacia el cubículo helado. Abrió el agua caliente y chillé cuando me salpicó dejándome un sarpullido ardiente. Luego abrió la fría y cerró la cortina. Sólo podía ver su sombra moverse frente al lavamanos y escucharla estrujar el vestidito con fuerza.
-Ha sido él… -Lloriqueé y ella me mandó a callar.
-¡No lo vuelvas a repetir! Nos despedimos de él ¿Lo recuerdas? Le dijiste adiós hace mucho.
-Pero, mamá…
-¡No! Dijiste que no volvería, que él se quedaría allí, ¡Lo prometiste!
-Pero ha vuelto… -Respondí angustiada mientras me quitaba el jabón.
-¡Pues dile que se vaya!
-¡No puedo! -Grité quitándome los restos de champú de la cara y cerré la ducha. Mi madre descorrió la cortina y me tendió la toalla cuando salí del cubículo. Sus brazos me estrecharon por encima de la toalla y el olor a lejía de sus manos atrajo mi melancolía como un imán.
-¿Por qué no, Lucie? Es mejor que se vaya, dile que este no es sitio para él, que estamos muy lejos de la ciudad.
-Me ha dicho que ha vuelto por mí… -Dije temblando acurrucada en el pecho de mi madre. -Que ha vuelto para celebrar mi cumpleaños.
-Oh… Lucie… -La voz amarga de mi madre me traspasó y sollocé -No nos hagas esto… Otra vez no, pequeña.
-Él me ha dicho que no soy pequeña… -La corté confundida -Ha dicho que dieciocho es la edad de la madurez. -Mi madre me apretó con más fuerza y luego se alejó.
-Pues dile que ya eres mayorcita para tomar tus propias decisiones y que no lo quieres. Dile que se vaya. -Resolvió dura, sin mirarme -Acaba de arreglarte y ven a cenar -Murmuró y salió del baño.

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